Aunque nacido y criado en Canarias, pocas personas pueden presumir de ser tan madrileñas como Benito Pérez Galdós. Llegado a la capital con apenas 19 años, algo lo atrapó y la convirtió en su residencia. Corría el año 1862 y Madrid, aunque ha cambiado un poco, todavía se acuerda de ese visitante transformado en hijo adoptivo cuyos restos descansan para siempre en su seno.
Si nos interesa un recorrido cronológico y empaparnos del ambiente castizo que todavía conserva la urbe, hay que poner rumbo a la zona más céntrica, esa donde las calles serpentean y el aire huele a cocido o a otros manjares. Muy cerca de la Plaza de Ópera encontraremos la calle de las Fuentes y, en su número 3, un letrero que recuerda al autor. En ese punto existió una pensión que le sirvió de cobijo durante sus primeros meses. La vía, estrecha para nosotros, pudo ser un interesante contraste con las populosas plazas cercanas, sobre todo la Puerta del Sol, que tanto frecuentaba. El vecino Teatro Real fue otro de los lugares favoritos del autor y no sería raro que más de una línea de sus escritos se inspirase en sus espectáculos. Tampoco es necesario andar demasiado para llegar a la Cava de San Miguel, punto de gran interés turístico. Si podemos esquivar las hordas de turistas hasta el número 11, seremos tentados por los aromas del Museo del Jamón. Más allá de la necesidad de llenar el estómago, lo curioso es que ahí podemos recuperar fuerzas mientras pensamos en la joven Fortunata, que según la novela, vivía en ese mismo edificio. La casa de Juan y Jacinta está a “tiro de piedra”, atravesando la Plaza Mayor en dirección este y llegando, en menos de diez minutos, a la Plaza de Pontejos.
Si el estómago no se queja y las ganas no nos abandonan, siempre podemos acercarnos a uno de esos mercados de la palabra escrita donde, mediante unos euros como intermediarios, podemos hacernos con un buen libro. A pocos metros de la Gran Vía, en la calle Hortaleza (nº 5), la Librería Pérez Galdós nos tienta con sus escaparates. Los herederos del escritor abrieron el establecimiento en 1942, en plena postguerra, quizá para saciar el hambre de literatura de los españoles. Actualmente es destacada tanto para los que quieren vender obras ya leídas como para los que buscan lo que parece imposible de encontrar. Casi como una ironía, en el número 104, el escritor fundó una editorial (Obras de Pérez Galdós) de corta vida (1897-1904).
Rumbo norte, callejeando un poco, nos toparemos con una calle que une Hortaleza con Fuencarral. Se trata de un pasaje no muy ancho, exclusivo para los que prefieren gastar suela de zapato en lugar de usar un monstruo de dos o cuatro ruedas. ¿Qué tiene de llamativo? A primera vista nada, pero si nos fijamos en el nombre encontraremos el porqué de su importancia en esta ruta: lleva el nombre de nuestro protagonista. La antigua calle del Colmillo, con una dilatada historia detrás, fue renombrada en vida de Don Benito. A pesar de los cambios, podría ser protagonista de cualquiera de sus novelas, con sus caballeros y damas paseando y algún que otro grupito poniendo a caldo al gobierno de turno. Lo cierto es que si la cruzamos para ir a Fuencarral y de ahí vamos hasta la calle Palma, enfrente del número 35, encontraremos la Iglesia de Nuestra Señora de las Maravillas. El creyente puede detenerse y ofrecer oraciones a sus santos y a la Virgen, en el mismo lugar en el que Galdós esperaba a una colega y amante llamada Emilia Pardo Bazán. Pero no cometamos el pecado de olvidar la importancia histórica del Barrio de Malasaña, que ocupa parte de la atención de El 19 de Marzo y el 2 de Mayo, tercera entrega de los episodios nacionales.
Para no tentar a la suerte y recargar las pilas del cuerpo, o puede que simplemente para darnos un homenaje, tenemos un destino que ofrece todo eso, pero sin perder de vista el Madrid galdosiano. Primero usaremos la calle de San Andrés, dejando a nuestra izquierda la Plaza del Dos de Mayo, para luego torcer a la derecha por la calle de Manuela Malasaña. Cinco minutos y unas pocas calorías nos bastan para llegar a la Glorieta de Bilbao, que si no tiene mucho de vasca, sí lo tiene de literaria. En el Café Comercial podremos sentarnos, descansar, leer la prensa y tener una agradable conversación como lo hacía Don Benito en ese mismo lugar hace más de un siglo.