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La visita salvaje e infantil al desierto nevado de Papá Noel

Cabañas, muñecos de nieve, trineos tirados por huskies… Bienvenidos a Laponia.

Mi primera gran motivación para viajar es perderme. Y perderse fue fácil en Laponia, donde vive Papá Noel, en una de las zonas más al norte de Finlandia. Extensa, con muy poca población, una de las mayores densidades forestales del mundo y repleta de grandes lagos y bosques. Si vas en diciembre, un frío extremo (temperaturas entre -12 y -18 grados) te acompañará. Pero, sobre todo, la sensación de estar en un desierto… de nieve y hielo, con un horizonte blanco, nítido, sin apenas habitantes, y muy pocas horas de luz (entre las 10 am y las 16 pm, máximo).

Sabes que estás en la tierra Papá Noel porque aterrizas en el aeropuerto de Kuusamo —tremendamente pequeño, pero muy bien organizado— sobre pistas de nieve, y la gente sale del avión disfrazada de él. Vas con la idea de irte a la Finlandia salvaje pero en realidad te metes en un cuento de nieve, frío y la sensación de volver a sentirte una niña.

Pero ese lado salvaje está más presente de lo que te imaginas a lo largo del viaje. Mi primera noche cené en un restaurante en medio de un bosque, de madera, sin nada a su alrededor. El plato estrella fue una sopa de setas y carne de reno, con un sabor fuerte pero sabroso, acompañada de un típico puré de patatas.

La experiencia continuó con el lugar donde duermes. Elegí una cabaña, situada entre bosques, sin ningún tipo de civilización a su alrededor. El supermercado más cercano estaba a 3 km. Son cabañas de madera, con una acústica, aislamiento y calefacción perfectas. Chimenea a tu disposición y, como no, con una sauna lista para ser usada en cualquier momento. Podrá fallar el wifi en un lugar perdido de Finlandia (cosa rara), pero nunca una sauna.

La primera tarea nada más llegar a una cabaña es descargar la aplicación para crear alertas de aurora boreal. Todas las noches teníamos la aurora boreal encima de nuestras cabezas, sobre todo a partir de las 2:00 am, pero requiere de un cielo despejado que no teníamos, la suerte no nos acompañó… ¡pero lo intenté! Conseguí ver algo, pero tengo una duda: ¿serían las luces de las pistas de esquí que estaban cerca? Hice foto y me quedo con ese recuerdo, pero no descansaré hasta ver en directo este factor atmosférico tan maravilloso.

Levantarte en una de esas cabañas es especial. A las 7:00 am llaman a tu puerta, la abres y, como de la nada, ves una nevera térmica repleta de cosas para desayunar: galletas, leche, zumo, yogures, embutido, café, ¡no faltaba de nada!

Si Papá Noel no tuviera renos, tendría que usar motos de nieve

Dediqué una mañana a pasear (casi volar) con una moto de nieve sobre lagos helados, en trayectos repletos de curvas, subidas, bajadas y tramos de hielo derretido. Grandes extensiones de lagos y mantas de nieve, con la sensación de estar en medio de un desierto, pero blanco, atrapada por su silencio. Se requiere de carné de conducir, de fuerza, porque pesan más de 300 kilos, y de cierta habilidad. Lo supe cuando me confié, le di caña al acelerador, me metí en una zona de nieve virgen y ahí vino el problema, la moto cedió para un lado y caí.

Menos mal que seguí la indicación de no sacar nunca el pie de la moto cuando uno se va a caer, para que el peso no te lesione la pierna. Por eso sólo me quedé atascada entre la nieve y no por la moto. Me ayudaron a levantarla e intenté ser moderada en el resto del trayecto.

El lejano oeste ártico

Otro lado salvaje del viaje es practicar la caza de renos a lazo, algo que hacen cuando se escapan. Es un lejano oeste ártico, donde logré en el primer intento agarrar los cuernos del reno con la cuerda. Tras ello, paseamos en trineos tirados por renos, y a mí me tocó el mayor. La parte infantil del viaje es cuando te imaginas como Mamá Noel lista para entregar los regalos a los niños.

Pescar sobre el hielo fue otra actividad que se realiza en un país cuya gente ha sobrevivido a condiciones climáticas extremas. Estaba impaciente, y tenía mucho frío —a pesar del traje térmico—. Un pescador de la zona nos enseñó a hacer un agujero en el lago, beber su agua fría y cristalina directamente con la mano, y nos dieron todas las claves para tratar de pescar una trucha ártica. No es nada fácil, se requiere de mucha suerte. Y la suerte hay que trabajarla si quieres comer, por eso nos enseñaron otros métodos de pesca: usan redes por debajo el hielo desplazadas con cuerdas y una madera tallada y diseñada para poder desplazarse entre dos grandes agujeros en el lago separados a unos 100 metros de distancia.

Esas redes nos traían una gran sorpresa, un pez enorme, un lucio. A escasos metros de donde lo pescaron, lo limpiaron y cocinaron para nosotros. Estaba delicioso y fresco, nunca mejor dicho. Lo cocinan con mantequilla, en una cabaña en medio del desierto de hielo, con un fuego y una sartén que le realza un sabor muy especial y distinto.

De ahí partimos hacia un paseo en raquetas, las zapatillas del desierto de nieve. Nos estábamos preparando para el reencuentro con Papá Noel. No soy una niña, pero me niego a dejar de serlo. Quiero seguir disfrutando la vida como una niña más. Y, cómo no, tenía mi carta preparada ya desde España. En ella le decía: «Querido Papá Noel, este año te pido salud, del resto ya me encargo yo para ser feliz».

Papá Noel y su particular desierto de nieve

Hasta la espera de Papá Noel, en su casa —muy normalita por fuera, construida a finales del XIX—, en medio de ese desierto de nieve, lagos congelados y muchos árboles, pudimos tiramos en trineo. Tomamos zumo calentito y las famosas salchichas finlandesas.

Llegó la hora de entrar, acompañados de un Elfo, y ver a Papá y Mamá Noel sentados en un banco, en la esquina de un salón luminoso, cálido y con un olor muy particular. Los niños se quedan impresionados de la ilusión, en silencio y con muchas ganas de escuchar.

Papá Noel dio su discurso, bromeó sobre la importancia de las saunas en Finlandia, hay más que finlandeses y es todo un tema de Estado —decía—. Valoró a su mujer, Mamá Noel, porque es la responsable de alimentar a los renos para que alcancen la velocidad adecuada el día señalado. Sin ella, él no podría hacer su trabajo. Tras sus palabras hizo que cada niño le diera su carta, y fui la única adulta que lo hice. A él le hizo tanta ilusión como a mí.

Su casa es muy acogedora, pensada para que los niños aprendan, jueguen, hagan galletas y bollos, que se meten al horno y las puedes comer a los pocos minutos. Por eso no pude resistirme al placer de compartir mesa con el resto de los niños, hacer galletas de jengibre y un bollo con pasas que me llevé caliente para tomarlo en mi cabaña. Hice todas y cada una de las actividades que se pueden hacer en la casa de Papá Noel.

La visita acabó con un villancico en finlandés, uno de los idiomas, junto al chino, más complejos del mundo. Otro elfo finlandés, con una voz y un aspecto muy particular, nos guiaba, junto a Papá Noel y un texto que nos dieron para no perdernos, que conservo en mi casa.

Los huskies, el nervio y la energía de Laponia

Otra experiencia inolvidable en los desiertos de nieve de Laponia es la sensación de sentir la velocidad de dirigir un trineo tirado por perros huskies. No es fácil imaginar la velocidad que pueden alcanzar. Pensé que sería una actividad tranquila con unos perros que seguirían de forma ordenada al líder. Pero una vez que los ves, escuchas sus ladridos continuos, y percibes su nerviosismo por correr, puedes oler y sentir su estrés (y el tuyo).

Cuando les quitaron los enganches yo estaba aferrada a mi trineo, con las nociones básicas de cómo frenar y dirigirlo. En ese momento pensé: «una vez desatados no van a parar, tienes que encargarte de frenar, ayudarles en las subidas y tener mucha fuerza y habilidad en las curvas, porque si te despistas, o te sueltas, te quedas en medio del bosque. No van a esperar por ti J».

La tensión de conducir en esas condiciones es importante, porque vas a una velocidad que no imaginas, con subidas y bajadas sobre grandes capas de nieve, en un entorno que sólo ves nieve y árboles a tu alrededor, y nada más, muy cerca de la frontera con Rusia. Esa tensión mezclada con la energía del momento y la adrenalina son difíciles de explicar. Aunque al día siguiente las agüetas lo explicaron por mí. Es en ese momento donde te preguntas, ¿por qué Papá Noel va en renos y no en huskies?

El ocio finlandés, ir de sauna

La actividad en Finlandia, y ese frío en momentos extremo, se soporta mejor con las míticas saunas y una visita al spa. Los finlandeses las usan a cualquier hora del día, en grupo, mixtas, como los españoles vamos a una terraza o a un pub. La diferencia es que ellos van o desnudos o con toalla, nunca en bañador. La sensación del calor en un entorno tan frío es muy agradable. Ir a un SPA puede ser como cuando vamos a un centro comercial. De hecho, tras una buena sesión de calor y agua hice mi strike en la bolera.

La combinación salvaje y a la vez infantil del viaje a Laponia te hace experimentar sensaciones difíciles de encontrar en otros destinos. Volví a sentir lo que disfruto del aprendizaje de otras culturas, y conocer otras formas de vida.

Decía al inicio del artículo que primero viajo para perderme. Pero cuando estás aterrizando de vuelta es cuando me doy cuenta de que, en realidad, viajamos para encontrarnos.

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TESSA | Teresa García González